La ronda francesa
Nuevo destrozo de Pogacar en el Tour
El corredor esloveno gana la cronoescalada de Peyragudes a pesar de la magnífica ascensión de Vingegaard que dobló a Evenepoel, tercero de la general, en la misma línea de meta.

Tadej Pogacar, en la cumbre de Peyragudes. / ASO


Sergi López-Egea
Sergi López-EgeaPeriodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. He seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Al infierno de Peyragudes llegan los equipos circulando por la izquierda y abriéndoles paso la Guardia Republicana. Es un abismo y un caos de embotellamiento, parece que nadie quiere perderse lo que, sin ser una sorpresa, no deja indiferente. Tadej Pogacar logra la 21ª victoria en el Tour, la cuarta de esta edición y pese al sensacional ascenso de Jonas Vingegaard le saca 36 segundos y lo deja a cuatro minutos en la general.
Es una máquina humana, como si hubiese caído en la poción mágica cuando era pequeñito. Parece que Peyragudes, en vez de un puerto de primera categoría, sea una autopista llana donde él asciende impulsado por un don especial mientras los demás suben como rápidos escaladores para decirles una vez más al resto, por segundo día consecutivo, que no tienen nada que hacer, que no vale ningún plan secreto diseñado por el Visma y que sólo un gato negro, desdichado el animal si se cruza en su camino, lo pueda apartar de un cuarto triunfo en el Tour.
¿Qué se puede hacer?
¿Qué más debe hacer Vingegaard? Si hasta dobló en la misma línea de meta a Remco Evenepoel, el campeón del mundo y olímpico de las contrarrelojes, el tercero de la general, aunque por los pelos porque el joven delfín de Primoz Roglic, el alemán Florian Lipowitz, le aprieta fuerte por detrás.

Vingegaard, en la meta, después de doblar a Evenepoel / ASO
Vingegaard sube Peyragudes con todos los honores y hasta lleva un casco tan horrible que parece pesarle sobre la cabeza. Pero no desfallece. No da la sensación de que corra entregado a la suerte, ni mucho menos que esté conforme con acabar otra vez el Tour en segunda posición. No se somete, incluido Jan Ullrich, como hacían los rivales de Lance Armstrong en los siete años de viaje a ninguna parte. No tira la toalla, cuando en la década pasada Chris Froome era el dominador del Tour. Sigue ahí, asciende de maravilla, se anima cuando ve que puede pillar a Evenepoel, pero es que, por detrás de él, Pogacar, que sale el último, que luce el jersey amarillo, sube más rápido que una bici eléctrica, sin desfallecer un momento y dando la sensación de que más que sufrir se divierte con una victoria más.
Cualquier otro corredor que no hubiese sido Vingegaard habría caído doblado por la bestia eslovena. Él, en cambio, resiste y se gana la ovación de los miles de aficionados que se han desplazado a la cima de James Bond, famosa montaña por aparecer en la entrega de la serie titulada ‘El mañana nunca muere’.

Roglic realizó una buena cronoescalada y acabó en tercera posición. / ASO
Vingegaard es así, de hielo, sufriendo por dentro pero sin exteriorizarlo por fuera y convencido, tal vez, que habrá un día en el que se producirá un milagro tan difícil como que este sábado el vencedor en Superbagnères sea un corredor diferente al de siempre, a Pogacar, incuestionable, fuerte como un roble, con unas piernas de escándalo y que corre con el hambre voraz que no se veía desde que Eddy Merckx dominaba el Tour, porque ni Bernard Hinault, ni Miguel Induráin, ni Armstrong, pese a estar borrado de todo, ni el contemporáneo Froome, con cuatro victorias que parecen olvidadas, tuvieron esta forma tan extrema de correr, sin dar una alegría a nadie, mucho menos al único que por lo menos se atreve a responder a los ataques.

La etapa de este sábado. / ASO
El mañana, que nunca muere, habla de que este sábado llega el mito del Tourmalet, junto al Aspin y el Peyresourde antes de que el Tour ascienda por Superbagnères, muy cerca del Vall d’Aran, la tierra ciclista que vio crecer a un niño llamado Luis Ocaña. Se vislumbra otra etapa, la 14ª de esta edición, cargada de los mejores mitos de los Pirineos, un día que está considerado como el segundo más duro de este año, sólo aventajado por la cita del próximo jueves en Courchevel, ya en los Alpes.
Pogacar llegará de amarillo claro, camino de la quinta victoria de etapa -seis sumó el año pasado- y tranquilo por si se da el improbable caso de que lo ataca una pájara. Tiene tiempo para resolver una crisis y hasta para contemplar el paisaje y tomarse una coca-cola o comerse una hamburguesa como hizo en el día de descanso de Toulouse. “Sigo confiando en mí mismo”, reivindica Vingegaard. La esperanza es lo último que se pierde. "¿La etapa de mañana? Sería bonito volver a ganar... pero sin presión", le responde Pogacar.
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